miércoles, 19 de enero de 2011

Buscando un sendero espiritual


¿Por qué estás en un sendero espiritual? ¿Por qué no conformarse con seguir la tradición espiritual que tus padres te enseñaron, de la forma tibia y desinteresada que lo hacen todos? Ya sabes, hacer como que vas a misa y te persinas mientras estás pensando en si comer enchiladas o mariscos.

Esta vez, relataré brevemente mis razones. Los porqués de mi búsqueda espiritual.

Todo se remonta a mi tierna y cachetona infancia. Cuando cursaba tercero de primaria, estaba con mi grupo de amigos jugando en el recreo, y uno de ellos empezó a platicar sobre su hermano mayor, el cual ya estaba en sexto de primaria y comento algo como lo siguiente:

- ¿Qué creen? Mi hermano ya tiene novia y todo el tiempo se la pasa hablando por teléfono con ella. Alguien del grupo comentó, - Órale! ¿Apoco le gustan las niñas?, ¿Pues en que año, va? – Va en sexto, me lleva tres años. Ya los he cachado algunas veces dándose besos en la boca. ¡Guuuáaaaaacala!- A lo que todos respondimos en coro. ¡Guuuáaaaaacala! – No entiendo, antes no le gustaban las niñas; y ahora no se puede separar de su noviecita. ¿Qué le ve? Si todas las niñas son aburridas y chillonas!

Recuerdo que todos empezaron a dar su punto de vista de forma exaltada sobre lo horrible y aburrido que sería pasar todo el tiempo con una niña. De repente, recuerdo que mi lógica saltó de lo más profundo de mí, y me dijo: ¡Psss claro! Las niñas no te gustan, pero no conoces algún hombre adulto al que no le gusten; por lo tanto, a tí y a tus amigos también les gustarán cuando sean adultos. (Por cierto en los ochentas, el movimiento gay todavía era muy subterráneo, por lo que no se me cruzó esto por la mente).

Horrorizado por la revelación interrumpí a mis amiguitos y les dije: -¡Oigan! Pero si a todos en algún punto les empiezan a gustar las niñas… ¿Como saben que a nosotros no nos van a empezar a gustar también? Un silencio incomodo se hizo presente por unos segundos, unos dos pequeñines se quedaron callados reflexionando al respecto y el resto contestaron al unísono: ¡Nooo! A mí no me van a gustar nunca las niñas!

Por supuesto que en un par de años, a la mayoría le acabaron gustando. Con sus excepciones, claro.

Muchos años después, platicando con un grupo de amigos de la secundaria, todos hablábamos de nuestros grandes planes para el futuro, y todos planteaban ocupaciones trascendentes: descubrir la cura del SIDA, construir negocios transnacionales, hacer una banda más chida que Caifanes o ser tan espectaculares en la cancha como Michael Jordan, grán hit noventero.

El mundo nos quedaba chico. Entre la platica alguien comentó: ¡Eso sí! Yo no quiero ser como mis papás- Todo el tiempo se quejan de lo que les pasa, de sus trabajos, están aburridos de la vida y lo único que hacen en la noche es ver la tele y los  fines de semana van a pastar a plaza Satélite.

Empezó un animoso barullo colectivo apoyando el reciente comentario. De repente mi lógica saltó de nuevo. ¿Cuantos adultos conoces que no estén aburridos y no se la pasen viendo la tele casi todo el tiempo?, ¿Qué te asegura que tú y tus amigos no terminarán igual que la mayoría?.

En ese momento literalmente sentí pánico. Exaltado, les comente a todos. ¿Pero cuántos adultos conocemos que no estén amargados y aburridos? ¿Cómo sabemos que no nos va a pasar a lo mismo a nosotros? Un silencio incómodo se hizo presente, dos o tres personas del grupo se quedaron reflexionando y la mayor parte del grupo respondió al uníoslo: ¡Nooo! ¡Eso a mí no me va a pasar!

La revelación se me clavó en el pecho como un frío, puntiagudo y desgarrador cuchillo. Mi lógica ya me había revelado el futuro una vez anterior, y no se había equivocado.

Las pruebas estaban frente a mis ojos, ¿Cómo sabía que a mi no me iba a pasar?, ¿Qué me aseguraba que no iba a terminar como un pedo aburrido, como dice Don Juan? Estas preguntas me perseguían día y noche, totalmente asustado por el terrible futuro que me esperaba.

En ese momento me determiné a buscar respuestas. No descansaría hasta encontrar aquello que me diera paz y plenitud, y en ese momento, comenzó mi viaje por la verdad.

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